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lunes, 31 de octubre de 2016

musica clasica


Por Noemí Aguilar Fernández. Profesora superior de guitarra.


A pesar de que la música clásica sea considerada por muchos como vieja, anticuada y aburrida, sigue siendo un mercado que todavía agrada a cierta clase social. Se piensa que la música clásica es sólo para unos cuantos que tienen la educación o el aprendizaje para entenderla, es decir que no es para todos. Existen escuelas de música como los famosos Conservatorios en donde cobran una colegiatura bastante alta, instalaciones que permiten que la acústica sea de buena calidad, y además, maestros reconocidos por su virtuosismo en el instrumento y en la capacidad analítica musical. Los alumnos que asisten ahí tienen la fuerte inclinación por aprender a tocar e inclusive, de componer obras clásicas. Se saben de memoria la mayor cantidad de obras musicales: título, opus, número, tonalidad, compositor. Inclusive con lo aprendido en la escuela, analizan visualmente y auditivamente la obra y distinguen las modulaciones, la forma y los adornos.



En los conciertos de los mismos maestros y alumnos, los hombres se visten de traje, con corbata o moño, según sea el gusto, zapatos de charol o sólo bien lustrados, gel en el cabello para que el peinado se mantenga en su posición. Las mujeres usan vestidos largos, tacones cómodos que les permita tocar el pedal del piano, peinados elegantes y alguna pulsera que adorne su mano mientras tocan. De la misa manera que pasaba en los conciertos de la época clásica, el público procura irse bien vestido, sobre todo la gente mayor; se mantienen callados, escuchando atentamente lo que el músico está interpretando. Ponen una cara de intelectual con la mano en la barbilla y la otra mano simulando tocar las notas que va oyendo o marcando el compás, en caso de conocer la obra. Si de pronto suena un celular, el resto de la audiencia lo voltea a ver con cara de indignación. ¡¿Cómo es posible que no lo haya apagado?! Y entonces, al final del concierto, los aplausos suenan, algunos se paran en símbolo de admiración al músico. 




¿Pasa lo mismo en los conciertos de rock o de reggae?



En este último caso, la gente va de pantalón de mezclilla, algunos rotos o rasgados, playeras que llevan en el pecho el nombre de su grupo favorito; los tenis de marca Converse o Vans de moda, cinturones con los colores rastafari –rojo, verde, amarillo y negro- y una gama tan diferentes de peinados tanto de hombres como de mujeres. Antes de que empiece el concierto la gente puede estar platicando, gritando, parados o sentados y fumando si el lugar lo permite. Cuando la banda o el solista empieza a tocar, se genera un unísono con el público, sacan sus encendedores o, si son más tecnológicos, sus celulares. En el concierto se monta toda una escenografía: Al final, se ven vasos de cerveza, empaques de pizza, bolsas de papas fritas o cajas de cigarrillos, todo regado por el piso y las gradas. Algunos siguen gritando de la euforia, otros más van a comprar souvenirs.



Como diría Frith, “la gente produce y consume la música que es capaz de producir y consumir; diferentes grupos sociales poseen diferentes tipos de conocimiento y aptitud, comparten distintas historias culturales y por lo tanto, hacen música de manera diferente”. Precisamente por la historia de cada uno y por el contexto económico y cultural en el que viven, se sienten identificados con diferentes géneros musicales; unos con el rock, otros con la música clásica.







La música vulgar, como la llama Frith (2003) y Adorno (2009), es fácil de escuchar y de entender. Posee un ritmo y una letra fácil de aprender y hasta se queda en la mente del individuo provocando tararearla sin querer. Por el contrario, Frith (2003) dice que “el género clásico sólo puede ser hecha y apreciada por buena gente”. ¿Qué entendemos por buena gente? Esto me recuerda a los anuncios de productos íntimos para la mujer cuyo eslogan decía así: “Lomecan, para las niñas bien”. . Entonces, la élite, ayudada por los medios de producción y de mercadotecnia, se siente fuertemente identificada con la música clásica, con aquél género que despierta los sentidos, que pretende dar mayor conocimiento al que sólo ellos pueden acceder. Por ello mismo, el resto de los amantes de la música popular se sienten relegados y aún ellos mismos se alejan porque sienten que no encajan; la misma sociedad así los ha hecho sentir.



El individuo se relaciona con quien cree tener ciertas afinidades, lo que en este caso vendría a ser el gusto musical. Los grupos sociales se van formando y disociando. La identidad se vuelve más marcada ya sea por quienes visten igual, gustan de la misma literatura, el mismo deporte o la misma música, mas esto no quiere decir que a un amante del metal no le pueda gustan la clásica o viceversa. 









Pero a pesar de que el hombre se está transformando y liberando de ciertas cadenas culturales, continúa la búsqueda de pertenecer a algo, de sentirse identificado con alguien o bien, de que no está solo. Bauman (2013) dice: “A medida que se erradican las antiguas certezas y lealtades, la gente busca nuevas pertenencias” (p. 72). Como diría el dicho: Una cosa por otra. Nos deshacemos de algo pero en seguida nos atamos a algo más, ya sea de manera consciente o inconsciente. La sociedad elitista actual ha continuado con el estereotipo histórico de lo que se espera de ellos y parte de ello, es el gustar de la música clásica, la entiendan o no, les guste o no.







¿Por qué no asiste el público juvenil a conciertos de música culta?


Ésta es una cuestión compleja en la que intervienen varios factores, entre los que destacan la educación, la política cultural que se sigue (que no da prioridad en absoluto a este tipo de música, sino, en palabras de Esther Herguedas, a la «cultura del espectáculo») y la identificación entre identidad y consumo cultural.


¿Por qué los adolescentes eligen la música popular antes que la culta, a la que, de hecho, suelen rechazar? Muy sencillo: porque no se sienten identificados con esa música. Y esto ocurre por la imagen o el concepto que se tiene de ella: una música, como su propia denominación indica, culta, seria, que invita a la reflexión, que no supone participación por parte del oyente (al contrario de lo que sucede en conciertos de música popular, por ejemplo), que es el resultado de una sensibilidad individual y creativa superior, fuera del alcance de la comprensión de la mayoría de las personas. Esta visión de la música culta hace que los jóvenes la vean como algo hermético y distante y propio de un grupo muy alejado de sus intereses: las personas “mayores” (desde su punto de vista, claro); un grupo al que, además, suelen oponerse.


Los adolescentes están en pleno proceso de construcción de su identidad y la música popular les ofrece algo que no lo hace la música culta: ídolos o referentes, tan presentes en esa cultura impuesta, la del espectáculo. Es mucho más fácil imitar o intentar imitar (para ser aceptado en la sociedad) la estética de un cantante famoso, de cuerpo escultural y ropa ceñida, que la de un gran intérprete de música culta (sobre todo si no se sabe tocar ningún instrumento musical), que además es desconocido para la mayoría de los jóvenes.


¿Por qué los jóvenes no se sienten identificados con la música culta? Porque no la entienden. Y eso es un grave problema de educación.


La forma de explicar la música (tanto en Educación Primaria y Secundaria como en el conservatorio, según la experiencia que yo he tenido) es de forma fría y distante, sin buscar puntos de contacto con el resto de las asignaturas ni buscar puntos de interés con el alumno. Tradicionalmente la historia de la música se ha enseñado como algo aislado, sin conexión con la estética, con la historia del arte, con la historia en general, ni siquiera con el instrumento en sí. Eso hace su estudio árido y difícil de aplicar a la realidad sonora, con lo que se sigue sin entender la música.


La educación musical, en Educación Primaria y Secundaria y, sobre todo, en el conservatorio, debe llevar como actividad obligatoria la asistencia periódica a conciertos o audiciones, tanto en un teatro o una sala específica como en el propio centro.


Las audiciones deben ser cortas o incluso constar de fragmentos, si es necesario (normalmente la atención suele durar unos quince minutos y después se tiende a desconectar; por eso, si la audición dura mucho más resultará pesada a quien no esté acostumbrado a este tipo de música), duración que se podrá aumentar conforme el alumno vaya familiarizándose con la música culta, y siempre deben ir precedidas de actividades (juegos que requieran la participación de los diferentes tipos de memoria sensorial; explicaciones sobre autor, época y estilo; peculiaridades de la obra…) que hagan que el alumno se acerque a la pieza y no la vea como algo ajeno, sin sentido ni contenido.


También es importante que el alumno haga una escucha atenta, que siga una partitura o un musicograma durante la audición (dependiendo de su nivel musical) y que identifique determinados elementos (timbres, ritmos, texturas…).


Esta educación del oído musical hay que realizarla desde la Educación Primaria y debe incluir todo tipo de música, para facilitar que toda persona tenga acceso a cualquier música, sin discriminación alguna, y que ante una audición sepa identificar sus elementos constitutivos y el contexto en el que se inserta, para que esa actividad de escucha sea realmente enriquecedora y para que se estimule su capacidad crítica. 



música de heavy metal